Yo tengo un lugar
Magaly López Castillo
Jorge Luis Mendivil Ayala
Ellos dicen que sin cuerpo no hay delito. Yo les digo que sin cuerpo no hay remanso, no hay paz posible para este corazón.
«Antígona González», Sara Uribe.
A las dos semanas de que Martincito desapareció, yo tenía cita en el seguro que está al lado del estadio de los Tomateros. Cuando fuimos, un muchacho todo mugroso estaba acostado en una banqueta, con una cachucha cubriéndole la cara. En ese momento pensé que era mi hijo, entonces le destapé la cara, con peligro de que el muchacho me fuera a dar un mal golpe. Solamente se me quedó viendo, no dijo nada. Le solté la cachucha y nos fuimos. Déjate de andar haciendo eso porque te puede pasar algo, me dijo mi esposo, si tú piensas que alguna persona es Martín, mejor acércate y platica. También, hace como quince días íbamos Camilita y yo en el carro para la colonia El Ranchito. Por una calle, cerca del panteón Humaya, miré a un muchacho cruzando. Volteé hacia él y vi el mismo caminado, la misma forma de vestir de mi hijo. Detuve el carro y esperé a que pasara para verle la cara, pero no era mi Martincito. Seguido veo muchachos en la calle que se me afiguran a él. Y es que yo salgo con la esperanza de verlo en algún lugar, no sé si como indigente o como una persona normal, en esta vida no se sabe.
Cuando cumplió dieciséis años le dije que invitara a sus amigos a comer. Sí, amá, ahorita vengo, me dijo. Le hice pozole, le compramos un pastel y un cambio de ropa. Pues no llegó a la casa en todo el día el hombrecito. En la noche le hablé por teléfono y me dijo que ahí andaba con los plebes. Mucho cuidado, ya sabes que no me gusta que andes muy noche. Sí, ahorita voy. En la mañana que me levanté, él estaba en su cuarto dormido. Fui a la cocina y no encontré el pozole. Le pregunté por la olla a mi esposo. Pos el Martincito se la llevó pa allá con los plebes. Ah mira qué cabrón. Lo levanté, fue por la olla y cuando la trajo estaba vacía. Oye, tú nos dejaste sin comer a nosotros por darles de comer a tus amigos, lo regañé. Esos amigos de aquí de Alturas lo apodaron el Chuchuluco, porque él me agarraba los dulces que siempre tengo en el refrigerador y se los repartía a ellos, Plebes, ¿quieren un chuchuluco?, les decía. Por eso le empezaron a decir así. Entonces yo lo regañaba. Ahora le digo que deseo que me agarre los chocolates. Deseo estar renegando con él, o más bien, dándole consejos; cocinarle pozole, lo que más le gusta. Me hace mucha falta y lo voy a seguir regañando hasta que regrese. Le digo que vuelva porque a mí no me gusta que ande en la calle, que se porte bien donde sea que esté, que aquí lo estoy esperando. Las amistades que tenía aquí en Alturas no eran amistades, porque si hubieran sido sus amigos hubieran estado conmigo al pendiente de su búsqueda. Las amistades de mi hijo son las de la colonia donde vivíamos antes, en El Ranchito. Sus amigos de la infancia todavía me preguntan por él, comparten mis publicaciones en Facebook, me mandan mensajes preguntándome si he sabido algo. Ahorita debe estar bien enojado donde quiera que esté porque no le gusta ver la casa así como está, toda tirada. Pero créeme que desde su desaparición se me acabaron mis fuerzas. Estoy en la casa y no deseo salir ni a la sala, me la llevo encerrada en el cuarto. Siempre estamos encerrados. Esta puerta de enfrente nunca la vas a ver abierta. Ni la ventana ni la puerta de atrás abro. Al principio por temor de que nos fueran a hacer algo a nosotros también, pero ya me acostumbré.
Ese día mi hijo apenas iba llegando de Tijuana. Me dijo que ahorita venía, que iría al parquecito a fumarse un cigarro. Lo noté muy desesperado. Mi esposo, no sé si presentía algo, le dijo ‘No te vayas, Martincito, vete conmigo a trabajar’. ‘No, Chuco, no te preocupes, al rato voy contigo al camión’, le contestó. Yo le dije que tenía que ir a entregar unos pedidos a Las Coloradas. Me respondió que me iba a acompañar, pero se veía muy desesperado. Cuando él sale siempre me da un beso en la boca, pero ese día nomás me dijo que no me preocupara; me tomó de los cachetes, me dio un beso en la frente y se fue de la casa. Antes de irme a entregar las cosas le marqué y solo me dijo ‘Aquí ando con los plebes, al rato voy’. Le dije lo de siempre ‘Mucho cuidado’, y me fui. Cuando regresé, casi a las nueve de la noche, le volví a marcar, y lo mismo, que andaba en Alturas, que al rato venía. Le avisé que iría por su papá al trabajo y fue todo. A las 11:03 de la noche estábamos de vuelta en la casa y volví a marcarle. ‘No piensas venir o qué’, le dije ya enojada. ‘Sí, amá, ahí voy ya de balazo, déjame la puerta abierta’. Cuando él me dice Déjame la puerta abierta es porque va a recalar. Así se la dejé, con una silla recargada. No llegó en toda la noche. Me levanté con una angustia, mi corazón se me movía mucho. Le pregunté a mi esposo ‘¿No vino el plebe?’ Me dijo que no. Nos asomamos y la puerta estaba como yo la había dejado, con la silla recargada. Cuando faltaba a la casa por la noche, él recalaba tempranito y se acostaba en el cofre de una camioneta que estacionábamos afuera. Yo abría la puerta y él estaba ahí. Ese día no fue así. Mi corazón estaba mal. Desde ese momento le empecé a decir a mi esposo que a Martincito algo le había pasado. Él me dijo que no estuviera pensando cosas, que lo íbamos a buscar. Fuimos a dejar a Camilita al kínder y nos dedicamos todo el día a buscarlo. Supuestamente nadie lo vio.
Un mes después, el 30 de agosto del 2018, me encontré con mis compañeras Sabuesos Guerreras, estaban en Catedral conmemorando el Día del Desaparecido. Primero contacté a las Rastreadoras de El Fuerte por Facebook y la señora Mirna me dio el número de María Isabel. Después le marqué a Isabel y ella me dijo dónde encontrarlas. Desde ese día no me he despegado de Sabuesos. Desde ese día empecé a buscarlo en fosas. Yo nunca imaginé que a las personas que desaparecen muchas veces las entierran, hasta que me lo platicaron. Fue muy duro porque jamás pensé que ni a él ni a mí nos fuera a pasar esto. Cada vez que salgo a búsqueda voy con la mentalidad de que ese día lo voy a encontrar. Es muy pesado andar en el sol buscándolo. Muchas veces es como si camináramos por el desierto, en ocasiones yo no aguanto. Le digo a Dios que ya me lo regrese porque me estoy enfermando y Camilita me necesita. Por ejemplo, hubo una búsqueda el jueves y otra el domingo. Isabel me dijo ‘No, Magaly, estás enferma, tú no puedes ir así’. Le hice caso. Pero cuando sé que hay una búsqueda me desespero, necesito salir a buscarlo porque también me enfermo encerrada aquí en mi casa. En Sabuesos somos como una familia, a veces nos disgustamos, pero aquí estamos, en el mismo caminar. María Isabel es muy buena amiga, he recibido mucho apoyo de su parte, tanto moral como psicológico. También he aprendido muchas cosas junto a ella. Aprendí cómo meter una varilla a la tierra, saber moverla hacia los lados para que llegue a donde tenga que llegar. Muchas veces una la mete y cree que ya no entra porque está duro, pero si la mueves como debe ser sigue entrando. Cuando la sacas, si huele a algo raro, el olor a muerto, ahí empezamos a buscar. En el colectivo hay una compañera que siempre se ha dedicado a búsquedas, era servidora pública del gobierno. Nos ha enseñado a hacer los protocolos, a caminar en el monte, cómo checar la tierra. Por ejemplo, la tierra cambia de color por la misma grasa del cuerpo, eso es un indicio. Otra cosa es que un cuerpo se va descomponiendo por etapas. El primer animal que llega es la mosca, después sigue el gusanito blanco. Se arriman como unos cinco tipos de animales al cuerpo humano en descomposición. Si encontramos alguno en el lugar a donde llegamos, ahí empezamos a buscar.
A mi hijo lo tengo conmigo desde que él tenía tres meses de nacido. No lo parí yo, lo parió una de mis hermanas. Ella vive en Estados Unidos y no quiere saber nada. Tal vez no lo he encontrado porque necesito un ADN que ella no me quiere proporcionar. Tal vez nunca le tuvo amor. Mi hermana me dice solo quiero sacarle dinero y que tengo a mi hijo en algún centro de rehabilitación. Hasta ahorita, un peso no le he pedido, ni siquiera cuando él estaba chiquito. Siempre lo hemos sacado adelante entre mi esposo y yo. La única esperanza que tengo de encontrarlo, en el caso de que esté en una fosa, es hallarlo con la ropa que traía puesta. Una camisa gris con estrellitas blancas, un pantalón de mezclilla deslavado y roto de ambas piernas, una cachucha Hurley y unos tenis Nike. Sus hermanos más grandes, que también viven en Estados Unidos, tampoco quieren darme una muestra de ADN porque mi hermana se niega a que lo hagan. Y con su padre biológico, que está en una cárcel de Tijuana, es igual. Hemos hablado con él por medio de un licenciado, pero nos dice que su cliente no quiere ayudarnos. A mí me dejaron sola. No tengo mamá ni papá, puras hermanas. De hecho las veo y no me preguntan por Martincito ni cómo voy ni qué he sabido, nada. Solamente una de ellas me apoya cuidándome a mi hija cuando quiero salir a buscarlo. Fuera de eso, me dejaron sola. Como si se hubiera perdido cualquier cosa. La familia te deja sola, sí, pero debes seguir porque tienes a tu hijo desaparecido. No es un juguete lo que tengo perdido. Tal vez mi familia no esté conmigo, pero tengo otra familia que es Sabuesos, mi nueva familia.
Yo le pido a mi madre que me ayude a encontrarlo. Martincito era su nieto preferido, ella se lo trajo de Tijuana cuando mi hermana se iba a pasar para el otro lado. Desde que desapareció mi hijo no sueño a mi mamá. Será porque siempre que estoy platicando con una persona sale a la plática su desaparición. Antes la soñaba haciendo comida conmigo. A lo mejor desde que desapareció Martincito se borró mi mamá de mis sueños, pero no de mi corazón. A él siempre lo sueño. La última vez soñé que llegó corriendo porque venían siguiéndolo. Amá, se tienen que salir de la casa, vámonos todos, nos dijo. Nos subimos los cuatro a un carro viejito que teníamos hace dos años. Un hombre tatuado, feo, nos iba persiguiendo arriba de un taxi. Apá, dale, dale porque nos va a alcanzar, decía Martincito. En una esquina que dimos vuelta, el taxista se paró y el hombre se bajó apuntándonos con una pistola, pero luego se fueron. Cuando quisimos regresar, nos dimos cuenta de que el taxi estaba afuera de nuestra casa, entonces decidimos irnos. Llegamos a una casa de dos pisos muy bonita que estaba abierta. Entramos y ahí vivía una señora viejita que no conocíamos. Nos preguntó qué hacíamos en su casa. Le comentamos nuestro problema y dijo que podíamos quedarnos un tiempo. Al día siguiente Martincito salió, me dijo que iba a echar una vuelta para la casa. Le pedí que no se fuera porque estaba lloviendo, pero siguió caminando. Nos fuimos detrás de él, yo con la niña en los brazos. En un punto, teníamos que pasar por encima de una zanja llena de agua, pero no podía cruzarla cargando a Camilita. Entonces mi esposo me dijo que él la iba a cargar. Al momento de pasarle a la niña los dos se me cayeron a esa zanja y se me ahogaron ahí. Yo sí logré pasar. Le hablaba a mi hijo para pedirle ayuda, pero como que no me escuchaba. Él iba caminando y yo le gritaba Martincito, tu papá, la niña, pero no me escuchó. A cada rato sueño que llega, siento su presencia aquí en mi casa. A veces estoy dormida y escucho su chiflido y ya no puedo dormir. A veces siento que me mueve la cama como él me la movía. A veces estoy cocinando y siento su olor, su aroma.
Yo tengo un lugar donde hay un bulto de tierra de tucuruguay, algo me dice que ahí puede estar mi hijo. He pasado por ahí dos veces en la noche. La primera vez fue el 30 de abril de 2019. Pasé casi a la una de la mañana y clarito miré a una persona parada en el monte, pero como ahí se lleva un indigente recogiendo cosas en un carrito de supermercado, en ese momento pensé que podría ser ese señor. Después del 30 de abril, no recuerdo qué día, volvimos a pasar por ese pedazo. La niña venía dormida y yo escuché el chiflido de mi hijo. Clarito lo escuché, pero no volteé porque me dio miedo, ahí se pone muy oscuro. Y como siempre cargo su foto colgada en el espejo retrovisor solamente le pregunté Martincito, ¿estás aquí, verdad?, ¿verdad que estás aquí? Se quedó todo escueto, no se escuchó ruido de carros ni nada. Después de que me pasó eso fuimos a buscar a ese lugar, pero nos faltó remover ese montón de tierra. Nosotras buscamos alrededor y no encontramos nada, pero al momento que empezamos a escarbar allí, comenzaron a salir muchos mochomos. Cuando sale algún tipo de animalito de la tierra, quiere decir que ahí hay comida. Ese día estaba muy fuerte el sol y alguien del grupo dijo que ya nos fuéramos. Vamos a volver, no sabemos cuándo, pero vamos a volver. Les digo a mis compañeras que hay que desparramar ese bulto de tierra, ahí puede estar mi hijo. Yo quisiera salir todos los días, aunque no se puede. Me desespera mucho estar aquí en mi casa sin estar buscándolo. A veces me voy sola en el carro, si veo un monte, me bajo. Sé que es peligroso andar sola, pero quiero encontrarlo.
María Isabel dice que Camilita lleva una vida de adulto, es raro que la veas jugar. Ahorita está jugando porque abrí la puerta, pero ella está más atenta de salir a buscar a su hermano. Quiere estar pendiente de todo, por eso viene a escuchar lo que estoy contestando a tus preguntas. Sabe qué día del mes desapareció. También sabe que un día después tenemos que ir al mural que está a espaldas del Noroeste, donde hacemos un ritual cada día primero. Cuando le digo Camila, voy a salir a una búsqueda mañana, ella rápido me pregunta si va a poder ir conmigo o que si la voy a dejar con su abuela, o sea mi hermana. No siempre la puedo llevar. De hecho no debería llevarla a ninguna búsqueda, pero a veces mi hermana no puede cuidármela y tiene que irse conmigo. A lo mejor le estoy robando su niñez, pero con todo lo que nos pasó no tengo la confianza de que ande por ahí jugando, me da miedo que también le vaya a pasar algo. Acá adentro, encerradita, no le va a pasar nada. Si sale, sale conmigo, nunca la dejo sola en ningún lugar, solamente con mi hermana cuando voy a búsquedas. Ya de regreso, trato de no entretenerme en ningún lado, voy directamente por ella y luego nos vamos a la casa. A pesar de que está muy chiquita, llora por su hermano. Se mete a su cuarto y oigo que lo regaña, le dice que ya regrese porque yo lloro mucho. A mí me dice que si él regresa le va a decir que ya no se vaya. Cuando ella sale a búsqueda conmigo agarra su palita y escarba. Le gusta andar en el monte buscando. Hace videos donde dice que ella es Sabuesitos, que busca a su hermano. Mucha gente le dice que él está muerto, por eso no me arrimo con mi familia. Yo le digo Hija, tal vez no toda la vida voy a estar a tu lado, tienes que defenderte sola, saber muchas cosas. A veces se pone triste cuando le hablo de esto, pero es la realidad, no toda la vida me va a tener. Ojalá que antes de irme de esta vida yo encuentre a mi hijo, pero en el caso de que no lo llegara a encontrar, sé que ella no va a dejar de buscarlo. Me ha dicho que si algún día me voy, ella va a seguir, con su nina Isabel, buscando a su hermano.
Magaly Castillo, madre de Martín Alejandro López Castillo e integrante del colectivo Sabuesos Guerreras.
Jorge Luis Mendivil, egresado de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas, de la Universidad Autónoma de Sinaloa.