Los panteones están repletos de personas sin nombre
Esta investigación se realizó durante cuatro años, recogiendo testimonios, visitando panteones, edificios de Medicina Forense, entrevistando a funcionarios y especialistas, y solicitando información que debe ser pública y estar en plataformas digitales. Parte de ella fue dada después de promover recursos de revisión con autoridades. En todo este tiempo poco o nada ha cambiado, hay personas que buscan a sus familiares como desaparecidos y hay muertos enterrados en panteones sin haber sido identificados.
Por: Hasta Encontrarles
Esta investigación se realizó durante cuatro años, recogiendo testimonios, visitando panteones, edificios de Medicina Forense, entrevistando a funcionarios y especialistas, y solicitando información que debe ser pública y estar en plataformas digitales. Parte de ella fue dada después de promover recursos de revisión con autoridades. En todo este tiempo poco o nada ha cambiado, hay personas que buscan a sus familiares como desaparecidos y hay muertos enterrados en panteones sin haber sido identificados.
Fotos y texto: Marcos Vizcarra
El día que se mueran los sepultureros, habrá fallecido también el rastro de centenas o miles de personas que fueron enterradas en fosas comunes como “no identificados”. Son ellos quienes conocen dónde están, de dónde llegaron y cómo murieron.
-¿Cómo cuántos cuerpos habrá aquí?
“Los últimos fueron 11… pero hay varios. Por aquí hay otros dos, luego por aquí hay unos cinco… y aquí ya hay unos 20 o 25… por todos son más de unos 30 en este panteón”
Wilfrido Álvarez Guerrero tenía más de 16 años trabajando como sepulturero en Villa Unión, un pueblo al sur de Mazatlán, en Sinaloa. Fue en octubre de 2016 cuando concedió esta entrevista. Aquella vez ya estaba montado en su motocicleta, de su mano derecha colgaban unas llaves y se dirigía a la puerta para cerrar el paso a las visitas.
Se detuvo extrañado al ver que frente a él había dos hombres de pie en el barandal color blanco a la entrada del panteón preguntando por fosas comunes.
Suspiró hondo, apagó la motocicleta y se echó a caminar pidiendo con urgencia que se le siguiera. De pronto, unos 30 metros después, empezó a contar cómo en los últimos 10 años vio pasar a empleados de funerarias y agentes del Ministerio Público con los cuerpos de personas muertas sin identificar.
“Ya tienen rato que no vienen, ya no caben, pero aquí los traen y los entierran”, dijo mientras caminaba hacia un Ayal, un árbol regional que en ese tiempo estaba frondoso y de sus ramas caían sus frutos que son como unas bolas del tamaño de una pelota de softbol. De pronto, volvió a hacer un alto.
“Aquí es”
-¿Y dónde están las personas?
“Aquí, enfrente de usted”
-Pero esto es un monte, ¿dónde están las cruces?
“A veces les ponemos unos palos, pero luego andan rodando”
-¿Y esos bultos son las fosas comunes?
“Sí, esos son”
Esto ocurrió en uno de los panteones de Villa Unión, sobre la carretera a El Walamo, al sur de Sinaloa.
Es un camposanto con más de 100 tumbas forradas con una capa de polvo y ceniza de la basura quemada que hay afuera. Encierran los cuerpos de quienes habitaron los pueblos cercanos y también de personas desconocidas, llevadas desde otros municipios por funerarias y agentes del Ministerio Público.
“Aquí están dos muchachas que trajeron de Mazatlán. Primero una y después otra, y ya no quiso el síndico que trajeran más”, señala Wilfrido hacia una piedra, clavada en el piso como si fuera una lápida improvisada.
-¿Dos muchachas?
“Dos muchachas y jovencitas”
Esto que ocurre en Villa Unión es algo común en Sinaloa. Hay otros 11 panteones donde descansan los cuerpos de personas que no fueron identificadas ni reclamadas. Son completos desconocidos y ahora yacen debajo de bultos de tierra o lozas de cemento.
Hay fosas comunes, como en este pueblo, que son irreconocibles a simple vista, pero hay otras, como en Los Mochis y Culiacán, donde están acomodadas en corredores llenos de cruces de fierro o madera identificadas con números hechos a mano pintadas de color blanco.
Entre todos los camposantos hay más de mil cadáveres que fueron enterrados entre 2005 y 2016 sin un registro forense para su identificación, de acuerdo con información otorgada a través de solicitudes de información.
La Fiscalía General de Sinaloa no hizo pruebas genéticas arguyendo que no se tenía infraestructura suficiente, refiriéndose a laboratorios o especialistas, y por eso los cuerpos habrían sido enviados a su suerte en tumbas. De hecho, en otras respuestas a solicitudes de información, se menciona no tener certeza de dónde están la mayoría de las personas a las que se les llama N.N. (Ningún Nombre).
En 2017 hubo una reforma a la constitución del Estado y la Procuraduría General de Justicia, que dependía del Gobierno estatal, pasó a ser la Fiscalía General, un organismo autónomo. Ese cambio ha sido la excusa para negar información, entre esa el paradero de las fosas comunes.
“Esta fiscalía no cuenta con registros antes de 2017”, se lee en una de las respuestas a las solicitudes con preguntas que antes ya habían sido respondidas por la Procuraduría General de Justicia, en donde se detalla registros de panteones en Mazatlán, Ahome y Culiacán. Sin embargo, esas contestaciones fueron incompletas, pues en los panteones hay libros y trabajadores guardando esa información en sus memorias.
“Están por hileras”
-¿Cómo por hileras?
“Sí: una, dos, tres y cuatro”, dice Wilfredo apuntando al piso de tierra cubierto por maleza.
-¿Cómo sabe dónde hay fosas?
“Porque aquí hay una, ahí hay otra y luego otra”
-¿Pero cómo lo sabe?
“Es que más o menos están retiradas… aquí yo puse esta señal y por aquí hay una”
-¿Este palo es una señal?
“Es una señal a la dirección donde está. Mire, aquí hay un palo y hay tres hileras, acá hay otro palo y más para allá está otro”.
Los panteones que guardan los cuerpos en el sur del Estado son el de Villa Unión, los camposantos municipales número 3 y 4 de Mazatlán, y el parque funerario Aeternus.
En Culiacán, la capital del Estado y donde hay alrededor de un millón de habitantes, solo se tiene un sitio, en la colonia 21 de marzo.
En la región agrícola llamada El Évora hay otros cuatro panteones, el de la colonia Solidaridad, Jardín Altares y el Panteón Sedano en Salvador Alvarado, así como el Panteón Municipal de Alhuey en Angostura.
Hacia el norte de Sinaloa se tiene tres sitios: en Villa de Ahome, el Panteón Centenario de Los Mochis y el Panteón San Juan Bautista de El Fuerte.
Son más de mil cuerpos enterrados en esos lugares durante la llamada “guerra contra las drogas”, en la que fueron asesinadas unas 13 mil personas en enfrentamientos y masacres entre grupos criminales, paramilitares y fuerzas del gobierno.
Hubo cadáveres que quedaron irreconocibles y tirados en plazas públicas, parques de fraccionamientos residenciales, calles y carreteras donde ocurrieron esos crímenes. Otros más fueron ocultados en fosas clandestinas y han sido desenterrados por mujeres y hombres que han formado colectivos para buscar a sus familiares desaparecidos por todo el Estado. Las cifras oficiales de la Secretaría de Gobernación en México indican 4 mil 880 registros vigentes de casos pendientes por localizar.
Los no identificados fueron dejados en fosas comunes del Gobierno o en bodegas de cadáveres, como sucede en Mazatlán, donde la Fiscalía General del Estado adaptó el edificio construido para ser una unidad del Servicio Médico Forense en una cripta, porque los panteones ya están saturados.
Quienes yacen en fosas comunes como NN son hombres y mujeres baleadas, torturadas, con la piel magullada y los huesos astillados. Son cuerpos profanados dentro de bolsas negras amontonadas debajo de la tierra o en criptas sin nombre. Si tienen suerte, tendrán un epitafio numérico, si no, solo formarán parte del paisaje fúnebre, olvidados y a la suerte de no ser exhumados para dar lugar a quienes compraron un espacio a las empresas funerarias. Quienes están enterradas sin haber sido identificadas son las piezas faltantes de familias que quizás les buscan ahora como personas desaparecidas. Son la evidencia más fiel de la crisis forense en Sinaloa provocada por fiscales y ministerios públicos.
“Ahí, al no haber registro, va a haber una pérdida administrativa, que sería la segunda pérdida del cuerpo”, dijo en entrevista Hugo Soto Escutia, asesor forense del Comité Internacional de la Cruz Roja en México, para explicar la gravedad de esta práctica usada en el Estado con los cuerpos de personas no identificadas.
“Las fosas comunes tradicionalmente no cuentan con registros y de los registros que se tienen son de personas de avanzada edad, de los panteoneros que están a cargo del municipio, y los municipios, en el área de panteones, se pierden los registros”.
Esa información de la que habla el asesor forense es la memoria de los sepultureros o de los administradores de los panteones, que algunas veces anotan en libros de registros las características de los cuerpos o, al menos, de donde son llevados.
Por ejemplo, en el Panteón Municipal número Tres de Mazatlán hay uno de esos libros, donde se puede leer que en mayo de 2016 llegaron nueve cuerpos desde Culiacán como no identificados. Esos mismos cadáveres fueron enterrados en corredores o en espacios entre tumbas, que pueden encontrarse solo si se pregunta a los sepultureros del lugar.
La Fiscalía General del Estado no tiene la mayoría de esos registros, los perdió al mismo tiempo en que se realizó el cambio de administración y el organismo pasó a ser un ente autónomo.
“En el caso de los cuerpos que no se encuentran registrados, esos son casos no recientes”, aseguró en 2017, cuando Ireida Paredes Leyva, directora de Servicios Periciales de la Fiscalía, concedió esta entrevista.
“Los recientes ya están registrados. Con lo que se está haciendo ahorita se está haciendo el registro”.
El 10 de agosto de 2016 inició operaciones el Laboratorio de Genética Forense, dependiente de Servicios Periciales. Desde esa fecha, y por reglamento de la Fiscalía General, todos los cuerpos de personas que fueron asesinadas y están irreconocibles deben ser procesados para obtener información forense.
En cuatro años procesaron mil 465 muestras, según se explicó con solicitudes de transparencia. Así, con muestras de ADN, huellas dactilares, registros dentales, de placas metálicas, cicatrices y tatuajes, lograron identificar a 676 personas. Las demás están en fosas comunes o en bodegas de cuerpos a la espera de ser reconocidos por sus familiares.
Sin embargo, antes de que construyeran ese laboratorio, la situación era distinta, solo se realizaban esas pruebas por solicitud de los familiares. En 10 años practicaron 77 análisis con apoyo de la Procuraduría General de la República. 10 más se hicieron en los laboratorios de la Fiscalía de Sonora y de la Fiscalía de Guanajuato. Todos esos casos fueron identificados y reconocidos por sus familias.
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“El Ministerio Público, le digo, no lo quieren sepultar”, dijo Rubén en octubre de 2016, mientras enseñaba seis féretros dentro de una capilla en el Jardín Funerario Altares, de la que emanaba un olor insoportable, una combinación entre carne descompuesta y huevo podrido. Ahí estaban los cuerpos de seis personas desde 2014.
-¿Pero por qué no quiere?
“Sabe… ya fuimos la otra vez porque el patrón nos dijo… el dueño nos dijo que los sepultemos, pero no podemos”, respondió el empleado del jardín, ubicado al sur de Guamúchil, una ciudad a unos 120 kilómetros de Culiacán, la capital de Sinaloa.
-¿Así sin más?
“Sí, pero nosotros no podemos sepultarlos hasta que autorice el Ministerio Público”.
Los cuerpos estaban dentro de ataúdes, en los que se colocaron hojas color blanco, donde se podía leer fechas y nombres de poblados. Rubén explicaba que dos de ellos murieron en un accidente y los otros cuatro fueron asesinados con arma de fuego. Ninguno había sido reconocido ni reclamado.
-¿Por qué tiene escrito eso?
“Son para no perder el control”, dice el empleado.
Rubén, nombrado así por petición para evitar represalias laborales en su contra, es el trabajador de una empresa funeraria llamada Emaús.
Él es uno de los encargados de procesar y registrar los cuerpos de personas muertas que entran al jardín.
Cuando concedió la entrevista mostró un área digna de ser un set de película de horror: una capilla, con la imagen de Jesucristo y seis ataúdes en deterioro. Olía a podredumbre. En el piso había gusanos muertos, eran el rastro de la descomposición de las seis personas que tenían dos años guardados ahí, porque la entonces Procuraduría General del Estado no había dado autorización para sepultarlos.
En Sinaloa es común que las funerarias guarden cuerpos en fosas comunes. La Fiscalía General del Estado cuenta con cuatro morgues, pero solo utilizan una, ubicada en Culiacán.
En 2005, con el incremento de violencia en Sinaloa por grupos criminales en la llamada “guerra contra las drogas”, las autoridades fueron rebasadas y pidieron ayuda a las empresas funerarias para poder hacer trabajos forenses en sus edificios hasta tener infraestructura propia.
Las empresas hicieron un acuerdo común, así lo han explicado empresarios y gerentes de estas firmas, a cambio de poder resguardar los cuerpos hasta ser identificados, pues así pueden ofrecer sus servicios de manera directa y sin competencia. Estas se organizaron junto con las autoridades para turnarse “guardias”, en las que los sepultureros recogen los cadáveres de escenas de crímenes y los llevan a sus oficinas donde peritos, médicos y químicos forenses los examinarán.
Si no son identificadas las personas se quedan ahí, pero después de tres días, según establece el reglamento sanitario, pueden pedir permiso para enterrarlas en fosas comunes.
“La proyección es que se dejen de utilizar los espacios de las casas funerarias, una vez que los SEMEFOS de las zonas Norte, Centro-Norte y Sur estén totalmente en funciones”, ha indicado la Fiscalía General a través de un documento oficial obtenido por transparencia, sin embargo, ya pasaron 4 años de haberse terminado de construir los tres edificios del Servicio Médico Forense, pero siguen sin ser utilizados para ese fin.
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Lo que sucede en Sinaloa es una muestra de la crisis forense nacional.
Mercedes Doretti, directora en México del Equipo Argentino de Antropología Forense, explicó en julio de 2019, durante el Encuentro Internacional Sobre nuevas tecnologías de búsqueda forense, que hay una crisis continua de violencia y desapariciones en el País, la cual no puede ser resuelta únicamente con búsquedas desde los familiares de personas desaparecidas.
Ahí mismo apuntó a la necesidad de un mecanismo extraordinario de identificación forense, un proyecto que trata sobre sacar todos los restos y cuerpos que ya están en manos del Estado resguardados en panteones, refrigeradores del Servicio Médico Forense y en otras instituciones estatales con el fin de identificarlos.
“Que se avoque con 200 profesionales para tratar de ver, exhumar y analizar cada uno de ellos para estar bien seguros que los cruces de información se hagan de manera correcta, particularmente la forma genética, tal vez de ahí se puedan dar muchas respuestas a muchas familias”, dijo en entrevista, luego de haberse dado a conocer un montón de cifras, las cuales calificó como una paradoja institucional.
“El gran problema en México es que se busca competir por cifras, cuando lo verdaderamente importante está en hacer que los mecanismos que ya existen funcionen”.
Aunque esos números, otorgados por la Comisión Nacional de Búsqueda, dan también una serie de respuestas, como el que se supiera sobre 8 mil 116 cuerpos sin identificar resguardados en 263 unidades del Servicio Médico Forense hasta julio de 2019.
También se indicó de otros 37 mil 443 cadáveres con datos confusos sobre su muerte en los centros de Servicio Médico Forense, los cuales fueron registrados de 2006 a 2019, la mayoría enterrados en fosas comunes.
La directora en México del Equipo Argentino de Antropología Forense ha explicado que ese mecanismo extraordinario implica también la construcción de panteones forenses, es decir, lugares donde únicamente haya personas no identificadas, quienes luego de haberse exhumado de los panteones municipales deberán ser examinados y procesados para hacer nuevos registros.
“Ya hablamos de retos muy grandes: los familiares de desaparecidos que han recolectado evidencias y restos no identificados que es urgente, verificar por qué no se está dando más identificación”, indicó Doretti.
Los panteones forenses son distintos a los tradicionales: en ellos solo se guardan restos o cuerpos de personas que no han sido identificadas por sus familiares, y la preparación de las criptas o fosas es con material especial para conservar de mejor manera los rastros genéticos, lo que implica un reto más: crear una base de datos con los familiares de las más de 72 mil personas desaparecidas en el País.
“Si uno piensa que gran parte de las familias en México, porque en estos 15 años rara vez me he topado con una familia que haya dado muestras de sangre para análisis genético y al mismo tiempo se supone que muchos de estos cuerpos no identificados ya tienen también muestras de ADN procesadas”.
La propuesta de construcción de panteones forenses la coordina la Subsecretaría de Derechos Humanos, dependiente de la Secretaría de Gobernación, que anunció en 2019 la edificación de 15 cementerios.
Los estados elegidos para iniciar ese proceso son Veracruz, Sinaloa, Jalisco, Guerrero, Michoacán, Baja California, Colima, Nayarit y Tamaulipas.
En ninguno de esas entidades hay cementerios forenses, pero se reconoce que existen fosas comunes.
La construcción de cementerios forenses serviría para la búsqueda y localización de personas desaparecidas, pero ello dependerá de los proyectos económicos de las fiscalías y el mecanismo.
Por ejemplo, la Fiscalía General de Sinaloa indicó en documentos obtenidos por transparencia que se debe hacer una exhumación en los 12 panteones municipales y privados, para así hacer análisis forenses a las centenas de cadáveres enterrados.
“Para la exhumación de los cuerpos de fosas comunes, se aterrizarán los proyectos que en este momento se están realizando una vez que se tenga el panteón forense, para lo cual se realizarán nuevamente estudios periciales con fines de identificación a los cuerpos no identificados”, se mencionó en el documento.
De suceder esas exhumaciones se tendrá respuestas a los familiares de personas desaparecidas, podrán conocer una parte de la verdad de esta barbarie ocasionada por la violencia de grupos criminales y las instituciones.
Si esto pasa, todas aquellas personas que guardan registros en sus memorias podrán descansar. Morirán sin tener en su conciencia que solo ellos sabían dónde estaban los cuerpos de las personas no identificadas. Habrán terminado con ese trabajo heredado por agentes del Ministerio Público que debían encargarse de cuidarlas hasta ser entregadas a sus familiares.
Este trabajo se realizó por Revista Espejo, el Taller de Gáfica Popular Juan Panadero, el Center for U.S.-Mexican Studies de la Universidad de California en San Diego y Mente Interactiva.
En esta primera edición participaron Cecilia Fafán, Michael Lettieri, César Hernández, Marcos Vizcarra, Alexis Rubio, Josué David Piña, Jimena Rivera, Mariel Yee, Nidia Azucely, Dante Aguilera Benitez, Hëb Martínez y Vivi Santana.